La tiranía de la elegancia

Todos somos cómplices y víctimas de la presión social que nos encasilla, condiciona y oprime, desde el momento en que aceptamos los roles y valores intrínsecos de una cultura o contexto en el que nos hallemos.

Partiendo de esta premisa, la libertad individual de cada cual se ve sujeta a ciertas restricciones, a veces impuestas, a veces auto aceptadas en pro de un beneficio, generalmente monetario, pero también de prestigio o reconocimiento social, que generalmente suelen ir ligados.

Así, se instalan ciertos cánones, ya no sólo de comportamiento, sino también estéticos, que determinan el nivel de aceptación social según se satisfaga la necesidad de acatar y ejemplificar esos valores. En este campo, todos sufrimos ante la idea de aparentar ser quienes no somos, así como de vestir con aquello, que no sentimos acorde o en sintonía con nuestro ser. Menos en sociedad.

Formando parte de un grupo social o un estado, el juego parece ser reducir lo que uno tiene de individual, lo que le hace ser diferente de sus iguales y que lo hace único: Su elección.